lunes, 23 de noviembre de 2015

FRANCISCO DE RIOJA, ALMO, DIVINO SOL, QUE EN REFULGENTE


Retrato de Francisco de Rioja atribuido a Velázquez 

FRANCISCO DE RIOJA
Escritor, teólogo  y canónigo sevillano. Vivió mucho tiempo en la corte como bibliotecario del rey, cronista de Castilla, y consejero de la Inquisición. 
Fue gran amigo del conde-duque de Olivares, a quien acompañó en su destierro. Volvió luego a Sevilla y más tarde a Madrid, donde murió. 
Francisco de Rioja escribió algunas obras en prosa, entre ellas una defensa de Olivares, pero toda su importancia está en sus poesías. 

Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo 
por Diego Velázquez
LOS SONETOS
Francisco de Rioja escribió unos treinta sonetos amorosos y algunos menos de carácter filosófico cuyo tema capital es la brevedad de la vida y la inestabilidad de la fortuna. 
Varios de ellos se dirigen a árboles o plantas, algunos al río Guadalquivir y dos muy notables, uno titulado A las ruinas de Atlántica y otro simplemente A Itálica
Tenía gran afición por las ruinas y por los motivos de antigüedades y arqueológicos. 

La obra de Rioja es un modelo de sobriedad y de estudiada adjetivación, aunque bajo esta serenidad un tanto cerebral late cierta pasión que a veces estalla en bellas imágenes. 
Francisco de Rioja pertenece a la escuela sevillana de poesía. 
Sus temas claves son: el cansancio vital, el desengaño ante la vida, la nota ascética, el pesimismo y el desaliento.

No obstante, el poema elegido en esta ocasión es un canto a la vida con buenos deseos por próximo nacimiento de un niño de una dama llamada Celia.
El poeta adorna el tema con una hermosa adjetivación y varias alusiones mitológicas.



SONETO XX
ALMO, DIVINO SOL, QUE EN REFULGENTE 

Almo, divino Sol, que en refulgente
carro sacas y escondes siempre el día,
y otro y el mismo naces tras la fría
sombra que huye l'alba luz ardiente;

pura y cándida Ilitia, que luziente
eres del cielo honor, si se desvía
el áureo rayo que tu hermano envía
a tu hermosa faz resplandeciente:

venid ambos, venid, lustre del cielo,
fáciles a mis ruegos. Tú, Lucina,
seas blanda a Celia en la cercana hora.

Y pues te honra, oh Febo, con divina
voz, da al infante cuando sienta el yelo
del aire, ingenio y dulce voz sonora.


Doña Antonia de Ipeñarrieta y Galdós 
y su hijo don Luis por Velázquez 





Algunos datos para esta entrada se han tomado de:

http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/Rioja.html

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